martes, 21 de agosto de 2007

Las contrabajo

Vengo de una familia bien surtida como Baskin Robbins. Tengo familiares jinchos como la salamandra, café con leche, más leche que café, más café que leche, café puya, con ojos verdes, amarillos, marrones, chinos, con pelo lacio, rizo, ni el uno ni el otro, etcétera, etcétera. Me di a la tarea de buscar una característica en común que los pudiera clasificar a todos. Luego de una investigación intensa logré clasificar a la familia en dos grupos: Los Frank Sinatra (sin ná atrás), que la espalda les sigue de corrido hasta las piernas y las contrabajo, que llegan a todos lados primero y la retaguardia llega dos horas después. No fue hasta hace unos pocos meses atrás que me di cuenta de la desdicha que me trajo este descubrimiento.

Hace unos años atrás (todavía no tenía conciencia de mi trágico destino) recuerdo que fui de compras con mi prima Linda. Recuerdo muy bien que recorrió casi todo el centro comercial en busca de un pantalón que le sirviera. Por fin encontró uno que pensó que le quedaría bien y fue a medírselo. Salió luego de varios minutos, con una sonrisa en los labios, a mostrar cómo le quedaba.
“Me queda bien” dijo.
Yo vi ese montón de tela que le sobraba a ambos lados de la cintura y le dije “te queda grande”.
“No. Me queda bien. Tengo que mandarlo a la costurera para que lo ajuste de aquí.”- dijo mostrando el reguero de tela que le sobraba. Yo aún no comprendía, pero no dije más.

Mi prima Linda, por si no se dieron cuenta, pertenece a las contrabajo. Fue ella que me inspiró ese nombre. Yo siempre la molestaba (ya dejé de hacerlo) diciéndole que parecía un pino, un cono, un remolque… “¡Vete pal’… trabajo!” me gritaba. Que ella tenía un cuerpito de guitarra. Bueno –pensaba- de contrabajo debería ser.

Como dije antes, no fue hasta hace unos pocos meses que me di cuenta de mi desdicha. Los pantalones que tenía comenzaron a causar problemas al punto que se negaron a entrar más. Necesitaba hacerme de otros que no fueran tan rebeldes y me fui de compras. Recorrí tiendas enteras sin éxito. De seguro las tallas estaban mal. Decidí no mirar las tallas y conseguí uno que posiblemente me serviría. Me lo probé y sucedió lo inevitable. Vi en el espejo como sobraba tela a ambos lados de la cintura. Me quedé petrificada. Era como si hubiera salido de mi cuerpo. Me sentí como Dante a la puerta del Infierno. “¡Oh vosotros los que entráis, abandonad toda esperanza!”

Sí. Pertenezco al las contrabajo. Y me di cuenta que no sólo en mi familia existen las contrabajo sino que las hay por todos lados. Desde ese momento me uní a las contrabajo que con trabajo encuentran algo que les sirva y que con trabajo lo tienen que mandar a arreglar porque los diseñadores no pasan el trabajo de hacer ropa para nosotras o están tan enfocados en Hollywood y las pasarelas (donde mientras más costillas enseñes y mientras más parezcas una estaca mejor) que ni siquiera saben que existimos. Por mí y por todas las contrabajo del mundo alzo un grito de protesta: ¡Somos las contrabajo y tenemos derecho a vestir con dignidad!

1 comentario:

Linda dijo...

Distinguida maestra, no sé si reir o llorar por tus ocurrencias, pero muy original. Me alaga que me tomaras como ejemplo, no podías utilizar otra cualidad de las muchas que poseo, sólo la más notable...

Recuerda que siempre te he dicho, no te rías ni burles de los demás (aunque sea en forma jocosa como lo hacías conmigo), pues eso se te revierte multiplicado, y ya lo comprobaste y lo estás experimentando en carne propia.

Sigue hacia adelante pues realmente eres estupenda.

Tu prima contrabajo (muy bien lo dices tú, con trabajo encuentro ropa que me sirva) que te quiere un monton. Linda